Desde la hoguera


El teletransportado
por Felipe Uribe

Caminaba él por la calle hacia el trabajo como cada mañana. Pero, tras un pestañeo, todo su derredor urbano desapareció para ser reemplazado por una despoblada superficie de mar que en todas direcciones se extendía hasta el horizonte, hallándose nuestro héroe con el agua hasta el pescuezo. Siempre consciente de la estrechez de su imaginación, supo enseguida que no era sueño ni onírico ni vigil, por lo que se ocupó en mantenerse a flote a la espera de un milagro. Este se materializó pronto en un barco de andares peregrinos. Una vez a bordo, los marineros lo interrogaron y él, con el fin de no ser tomado por loco, se enredó en mil fabulaciones que creyó más verosímiles que la realidad. Casi lo devuelven al agua por considerarlo un embustero.

Desde el puerto en que lo dejaron tomó un vuelo para retornar a su ciudad distante, pero desde el avión fue transportado nuevamente por un prodigio de mayor inmediatez que los mecánicos, esta vez a un callejón oscuro donde dos grupos de hombres realizaban una aún más oscura transacción. Fue exiliado de ahí a balazos y, mientras corría, se vio de un momento a otro dentro de un cuarto que servía a esas horas de albergue a una pareja agónica de placer. El individuo macho entonces se desenchufó del cielo para echarlo a puntapiés y garabatos.

Estuvo asimismo en medio de un torrente de aguas servidas, en fiestas de las que fue expulsado por paracaidista, en la filmación de una película porno (donde fue tomado por estrella y, tras una corta resistencia, obligado a actuar); viéndose en medio de un incendio doméstico salvó a una anciana y sus dos gatos, ninguno de los cuales se mostró agradecido; habitó escasos segundos el escenario de un multitudinario concierto de rock, antes de que un par de gorilas lo arrojara al público como quien tira un cadáver al mar; a último minuto logró huir de la inminente demolición de un edificio; estuvo longevas horas solo en un calabozo infecto de no supo qué cárcel del mundo, y otras tantas en un desierto frío, rocoso, preguntándose si no habría sido trasladado a otro planeta.

Varios años, pues, anduvo así, siendo algunas permanencias mucho más largas que otras, sin saber jamás si era juguete de una deidad bromista o, acaso peor, de un azar inimputable. A veces trataba de sacarle partido a la situación, pensando ingenuamente que podría teleportarse a voluntad. Sin embargo, sus emergencias continuaron de forma aleatoria hasta el día en que volvió al punto de partida de su dilatado periplo. Supo de inmediato que podía retomar su vida, aunque ahora se hallaba viejo y cansado. Pero la nostalgia fue más fuerte, y desde entonces se dedicó a gastar todos sus pesos en buses, barcos y aviones.

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